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100 AÑOS DE LA HEROICA PATAGONIA REBELDE

Un 9 de noviembre de 1921, elementos del ejército argentino enviados por el presidente Hipólito Yrigoyen y al mando del infame Teniente Coronel Héctor Varela llegaban a Santa Cruz para masacrar a traición a más de 1500 obreros rurales que, ante el incumplimiento del convenio por parte de las patronales, habían retomado la huelga iniciada el año anterior. Con este sangriento servicio a los dueños del país, que mostró una vez más que la verdadera función de Estado y sus fuerzas armadas y de seguridad es sostener el orden patronal. Se ponía fin a una lucha heroica, una de las más importantes de la historia de nuestra clase. Pero sin embargo, el trágico final de esa gesta obrera, nos deja lecciones que nos sirven hasta el presente.

La lucha había comenzado un año antes, detonada por una crisis económica mundial que trajo toda clase de penurias a la clase trabajadora. En el territorio nacional de la Patagonia (actual Provincia de Santa Cruz) esa lucha fue contestada desde un primer momento con persecución policial y matonaje de una patronal muy concentrada, un puñado de familias que eran prácticamente los dueños de la provincia. Pero los obreros supieron derrotar a esa represión, haciéndose fuertes en el interior de la provincia. Ante tal desborde, la Casa Rosada despachó por primera vez a fuerzas del ejército, que llegaron a la región en diciembre de 1920. Y a fines de enero de 1921, el Tte. Cnel. Héctor Varela y el gobernador radical Angel Yza, concluyeron que los reclamos de los obreros rurales estaban fundados, y dieron lugar al primer convenio colectivo de trabajo firmado entre los representantes de los trabajadores y de la patronal.

Sin embargo, las patronales seguían negándose a mejorar las condiciones de trabajo y salario de los peones rurales, por lo que desde el primer momento comenzaron a boicotear el convenio, y a provocar al movimiento obrero y a sus dirigentes, forzando a una nueva medida de fuerza, mientras movían sus contactos en Buenos Aires. Así, lograron que el gobierno de Yrigoyen mande a Varela y su gente a “poner orden”, pero esta vez mediante un derramamiento de sangre monstruoso.

Con un cuerpo de militares cuidadosamente seleccionados, apoyo policial y patronal, y complicidad gubernamental, Varela y sus subalternos viajaron campamento por campamento, estancia por estancia, masacrando obreros que no opusieron ninguna resistencia. E incluso cuando lo hicieron, y pusieron en fuga al Ejército, como hicieron los huelguistas dirigidos por Facón Grande en Jaramillo, éstos inmediatamente buscaron cesar las hostilidades. De ese modo, en cuestión de semanas, miles de obreros fueron fusilados, torturados, humillados de diferentes formas: todo un movimiento de trabajadores fue ahogado en sangre.

No se podía esperar otra cosa de una patronal monstruosa y genocida como los ruralistas, que había obtenido sus tierras exterminando a los nativos que vivían en ellas. Ni tampoco de un gobierno como el de Yrigoyen, el “nacional y popular” que había masacrado a cientos de obreros en Buenos Aires unos años antes de estos hechos en la Semana Trágica. Sin embargo, puede causar cierto asombro la actitud pasiva de unos obreros que habían logrado derrotar a los matones de la patronal.

Las causas de una derrota

La casi nula resistencia a la represión militar, demuestra que, a pesar de su combatividad, los obreros rurales aún creían que se podía confiar en el ejército y en las instituciones. Algo que ya había quedado claro durante el inicio de la huelga, cuando a pesar de los duros métodos de lucha empleados (autodefensa, toma de estancieros y capataces como rehenes), los huelguistas confiaron en representantes de la Justicia y el Gobernador para resolver el conflicto.

Eso no quiere decir que los líderes obreros de Santa Cruz, como Antonio Soto, no supieran o no quisieran organizar una lucha ejemplar. A pesar de la represión y la falta de medios, ellos lograron unir a una masa de obreros multirracial y multicultural, dispersa en un territorio inmenso, en una lucha obrera decidida y organizada mediante asambleas, lucha que los llevó a tomar el control de las estancias y derrotar a la policía y a los matones.

El problema fue que el anarquismo de Soto y los demás dirigentes, no solo les impedía organizar políticamente a los mejores luchadores, combatir las ideas erradas que muchos obreros se hacían respecto de las instituciones patronales, y evidenciarle a los peones la perspectiva mucho más grande que tenía el conflicto. Sino que les impedía ver que la dimensión política de la huelga, que no solo desafiaba a la avaricia sangrienta de siempre, sino a su propio dominio político: las huelgas sucedieron apenas unos años después de la revolución rusa de 1917 y la Semana Trágica de 1919, y el pánico patronal a la revolución no podía ser mayor.

Y como las organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera a nivel nacional, tampoco ayudaban a contrarrestar estas visiones equivocadas, Soto y sus compañeros solo podían guiarse por su instinto de luchadores.  Algo que los llevó a errores como confiar demasiado tiempo en que se podía negociar con los militares, así como a aciertos (en el caso de Soto) tales como atacar a los grupitos obreros que desconocían las asambleas y dividían la lucha, o el no dejarse atrapar por los represores cuando terminó el conflicto.

Herencia rebelde

Pero a pesar de la derrota, y de las mentiras con las que el relato de los poderosos quiso justificar la matanza, el pueblo trabajador de la Patagonia entera y de toda la Argentina, jamás olvidó esta lucha. No solo por la indignación que provocó la masacre, sino porque la matanza de obreros perpetuó hasta el día de la fecha el saqueo y el despojo que sufre la Patagonia y el país entero, sometiendo a generaciones enteras a la pobreza y al atraso.

Así, junto a las luchas que hicieron y hacen temblar a quienes pretenden profundizar la depredación iniciada en la infame “Conquista del Desierto”, fue creciendo la figura de los luchadores y dirigentes de las huelgas de 1921: las figuras de Antonio Soto, José Font, alias “Facón Grande”, Ramón Outerello y tantos otros, son reconocidas como héroes y mártires de nuestra clase social, próceres del movimiento obrero argentino, demostrando a los dueños del país que la Patagonia Rebelde sigue viva en cada explotado y oprimido.

Para la revolución

Con sus aciertos y errores, con su heroísmo y su martirio, la lucha de los obreros patagónicos ilumina el camino de la lucha obrera y popular del presente. No solo porque nos enseña que en algún momento de la historia existió un sindicalismo de pelea por derechos totalmente opuesto al sindicalismo de traición de la actualidad. No solo porque nos enseña que las decisiones deben ser tomadas por todos los compañeros en asamblea, no solo porque nos muestra que defenderse de la represión no solo es un derecho sino una obligación, sino, sobre todas las cosas, porque nos enseña que no se puede confiar en una patronal sanguinaria, ni en sus instituciones como la Justicia o las fuerzas militares y de seguridad.

Hoy la clase obrera y el pueblo trabajador necesitan una dirigencia honesta y luchadora como la que tuvieron los obreros de Santa Cruz en esos años, que corrija esos errores y conduzca a los explotados y oprimidos a la victoria definitiva sobre la patronal. Necesitan una organización que supere sindical y sobre todo políticamente a los heroicos gremios anarquistas de principios del siglo XX. Necesitan, un partido revolucionario que agrupe a los mejores luchadores para pelear por la Revolución Socialista. Y el PSTU invita a esos luchadores y luchadoras, a construir ese partido que hace falta.