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Ante la muerte de Fidel Castro

En la noche del 25 de noviembre de 2016, ha muerto Fidel Castro. Su fallecimiento ha causado un gran impacto mundial. En 1959, Fidel encabezó la revolución que derrocó al dictador Fulgencio Batista y, desde 1960, esa revolución construyó el primer Estado obrero de Latinoamérica frente a las mismas costas del imperialismo yanqui.

Como resultado de la revolución, el pueblo cubano obtuvo importantes conquistas expresadas en grandes avances: el pleno empleo, la alimentación, la salud y la educación públicas, eliminando o disminuyendo al mínimo lacras sociales del capitalismo. En estos campos, Cuba superó a países latinoamericanos mucho más desarrollados, como Brasil, México o Argentina. Quedó así demostrada la inmensa potencialidad de la expropiación del imperialismo y la burguesía, la economía planificada, la socialización de los principales medios de producción y el monopolio estatal del comercio exterior. Incluso en un país pobre como Cuba, que se transformó en la expresión de una alternativa posible por el camino de la lucha.
La revolución cubana y sus conquistas hicieron de Fidel una de las figuras políticas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y, sin duda, la principal referencia de la izquierda latinoamericana.
Por el prestigio ganado por la revolución cubana y sus conquistas, millones de personas en Cuba, Latinoamérica y el mundo llorarán la muerte del viejo líder, a quien consideran el símbolo de esa revolución. Comprendemos ese dolor y somos solidarios con él porque para esas personas muere un líder revolucionario.

Principales críticas

Nuestra corriente morenista fue, desde la década de 1960, una gran simpatizante y defensora de la revolución cubana. Sin embargo, eso no impidió que criticásemos duramente a la dirección castrista, porque ese Estado obrero era gobernado por un régimen burocrático y represivo, sin libertades reales para los trabajadores y las masas, como la de formar organizaciones políticas diferentes del Partido Comunista o sindicatos independientes de los autorizados por el gobierno.

De la misma forma, la criticamos cuando (a partir de su integración en el aparato estalinista mundial) adoptó la estrategia de construcción del socialismo en un solo país y la “coexistencia pacífica” con el imperialismo, que buscaba frenar las revoluciones que explotaban en el mundo. Un claro ejemplo de ello se dio en Nicaragua. En 1979, la dirección sandinista había encabezado una revolución triunfante contra la dictadura de Anastasio Somoza, muy similar a la ocurrida en Cuba. En esas condiciones, el gobierno sandinista consultó a Fidel Castro (a quien consideraba su dirigente) el camino a seguir, y la respuesta de Fidel fue que “no hicieran una nueva Cuba”. Es decir, que no avanzaran en el camino de la expropiación y el socialismo. Nicaragua siguió siendo capitalista y el sandinismo se transformó en un partido burgués corrupto y represivo.

Esta integración al “orden mundial” se acentuó desde finales de la década de 1990 cuando Fidel y la propia dirección castrista restauraron el capitalismo en Cuba. Esta realidad, hoy objetivamente innegable, tuvo profundas consecuencias. La primera es que Cuba ha dejado de ser un país independiente del imperialismo para entrar en un avanzado proceso de semicolonización, en primer lugar por parte del imperialismo europeo y, ahora, se abren las puertas a las inversiones del imperialismo yanqui. La segunda es que la dirección castrista (la misma que había dirigido la revolución) se ha transformado en una nueva burguesía entreguista, asociada y subordinada al imperialismo. La tercera es que, a partir de la restauración capitalista, esta dirección comenzó a atacar y a eliminar las grandes conquistas de la revolución y hoy resurgen lacras del capitalismo que parecían superadas, como el desempleo y la prostitución masiva.
Consecuente con esto, y en claro contraste con su rebeldía del pasado, Fidel y la dirección castrista acentuaron al extremo su papel de defensores del “orden mundial”. Como una clara expresión de ambos hechos (la entrega de la soberanía y su papel político), están los encuentros y abrazos con Barack Obama y el papa Francisco (quien no casualmente, lamentó la muerte de Fidel).

La verdad es revolucionaria

Sabemos que estas posiciones son profundamente polémicas y no son compartidas por la mayoría de la izquierda con la que hemos debatido en muchos materiales. Pero, además de las diferencias en debate, existe una tradición equivocada de silenciar las críticas a la hora de la muerte. Esa tradición no es la nuestra: respetamos el dolor de los millones que veían a Fidel como su líder, pero, junto con ese respeto, creemos también que la verdad es revolucionaria y no debe callarse incluso en los momentos más dolorosos.
Por eso reivindicamos al Fidel que enfrentó al imperialismo, al que expropió junto con los trabajadores cubanos la propiedad privada y los medios de producción, al que dio origen al primer Estado obrero de Latinoamérica. No reivindicamos al Fidel Castro que impidió la expropiación y por lo tanto la profundización de la revolución en Nicaragua y Centroamérica. No reivindicamos al Fidel del régimen burocrático y totalitario impuesto en la isla, ni al Fidel que, junto con su hermano Raúl y la burocracia cubana, restauró el capitalismo y abrió las puertas a las multinacionales. Decir esta verdad es fundamental en los tiempos de hoy, precisamente cuando conmemoramos los 100 años de la Revolución obrera y socialista en Rusia. Es fundamental porque hoy más que nunca el capitalismo hace crisis por todos los poros y está conduciendo a la humanidad a la barbarie y al planeta a la destrucción, poniendo al orden del día la necesidad de la revolución socialista internacional.
Desde la LIT les decimos a los trabajadores y a las nuevas generaciones que el estalinismo no es sinónimo de socialismo. Que la trágica restauración del capitalismo en los países que hicieron revoluciones en el siglo XX que expropiaron a la burguesía se pudo haber evitado si los trabajadores hubieran contado con una nueva dirección revolucionaria, antiimperialista, internacionalista, anticapitalista, apoyada en las organizaciones democráticas de los obreros, de las trabajadores del campo y de la ciudad, de los explotados y los oprimidos. Esa dirección es la que estamos empeñados en construir para recuperar las enseñanzas del partido bolchevique, el verdadero pionero de la revolución obrera y el socialismo.