Liga Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional

En 1928 impulsada por la Liga Antimperialista de las Américas[1], se construyó el “Comité Manos Fuera de Nicaragua”, con sede en México este fue un esfuerzo unitario con el objetivo de brindar solidaridad política, financiera y militar  a la lucha del “pequeño ejército loco”, del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, que combatía contra la intervención militar estadounidense en Nicaragua. En la campaña actúan dirigentes políticos como el cubano  Julio Antonio Mella, el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, y los pintores mexicanos David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. 

Muerto y traicionado Sandino y establecida a hierro y fuego la dictadura de la dinastía Somoza. Nuevas campañas de solidaridad fueron necesarias para apoyar la lucha de los combatientes por la Libertad.  En 1969-1970 fue necesaria una extensa campaña de solidaridad para evitar la deportación y seguro asesinato de Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional, en ese momento preso en las cárceles de Costa Rica, en la campaña tomaron parte los intelectuales y premios nobel franceses Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre.

El movimiento de solidaridad a favor de  la lucha del pueblo de Nicaragua no hizo más que crecer conforme entraba más en crisis la dictadura de la familia Somoza. Desde 1978 era obvio que se incubaba un levantamiento popular contra la dictadura. Además del apoyo político y logístico que aumentaba día a día, la revolución nicaragüense recuperó una notable tradición internacionalista, las de las Brigadas Internacionales de combatientes voluntarios. Participaron la brigada costarricense Carlos Luis Fallas y la panameña Victoriano Lorenzo, además de un sinfín de voluntarios individuales.

Nuestra corriente, la Liga Internacional de los Trabajadores organizó también una brigada de combatientes voluntarios, La Brigada Simón Bolívar, la cual combatió en la liberación de Bluefleds.

La revolución nicaragüenses de 1979 levantó una nueva oleada de esperanza internacional, recién pasada la derrota militar estadounidense en Vietnam, otra vez un pequeño país vencía militarmente a una dictadura sanguinaria armada hasta los dientes con el financiamiento del imperialismo. La revolución parecía esparcirse como una reguero de pólvora hacia el resto de Centroamérica, tan oprimida y mancillada como Nicaragua.

La solidaridad internacional se concentró ahora en las grandes jornadas de alfabetización, de reconstrucción del campo, a partir de 1983 en el combate contra la contrarrevolución, ayudada y financiada por el gobierno estadounidense.

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Las masas nicaragüenses y centroamericanas hicieron todo lo que estuvo a su alcance para derrotar al imperialismo, murieron y sacrificaron sus vidas en decenas de miles, pocas guerras fueron tan cruentas como la revolución centroamericana de 1979-1990.

Sin embargo, la revolución centroamericana no fue derrotada, fundamentalmente por la agresión imperialista, eso fue un factor. Pero el principal problema fue la concepción que del proceso revolucionario le imprimió el FSLN y todas las organizaciones castristas al proceso.

EL FSLN desde la misma caída de Somoza, concebía las tareas de la revolución como la construcción de un gobierno de “unidad nacional”, es decir de un gobierno burgués, cuya tarea fundamental era reconstruir el Estado, la policía  y el ejército burgués, ahora dominado por los sandinistas. El gobierno cubano utilizó su autoridad para decir que Nicaragua no podía seguir el camino de la revolución en Cuba de 1959 expropiando el capitalismo. Ese es el origen de los mandos de actual ejército y los actuales paramilitares.

Así mismo la tarea económica era el desarrollo de la “economía mixta”, una economía capitalista con intervención del Estado. No se debía avanzar hacia el socialismo, tampoco habría que avanzar en la reforma agraria. La revolución no debía ser “exportada”, habría que respetar las fronteras artificiales de los Estados nacionales.

Es decir la revolución fue desde temprano asfixiada y finalmente estrangulada por su misma dirección política. Para lograr estos objetivos el FSLN tuvo desde el principio que trasladar su forma militar, su forma de partido-ejército a la sociedad. No permitía ninguna oposición, así fuera en las filas de las fuerzas revolucionarias. Primero expulsó a la Brigada Simón Bolívar y la entregó a la policía panameña. Luego se encargaría de “esterilizar” al resto de la izquierda comunista, trotskista y maoísta.

El sandinismo solo acepta subordinación política u oposición tutelada, cualquier organización política que se plantee seriamente combatir y competir con el sandinismo, es combatida a muerte.

Como parte de la cultura militar traslada al movimiento popular, será su costumbre de anexar y “estatizar” las organizaciones sindicales y populares.  Tanto la Central Sandinista de los Trabajadores, como la Asociación de Trabajadores del Campo o las federaciones estudiantiles, fueron transformadas en organizaciones semiestatales, dominadas por burocracias totalitarias y corrompidas.

Estas características dictatoriales fueron justificadas durante la guerra, por el rigor del enfrentamiento contra los Estados Unidos y la “contra”, pero lo cierto es que la asfixia del movimiento de masas era funcional a la derrota de la revolución.

El sandinismo abandona el gobierno en 1990, luego de perder las elecciones. La revolución fue sepultada en medios de acuerdos electorales y una nueva corrupción (la “piñata”) que abrió la construcción de una nueva burguesía sandinista.

El sandinismo “gobierna desde abajo” entre 1990-2006. Su control del movimiento de masas le permite negociar lugares seguros para un nuevo proceso de acumulación capitalista. Se va copando las estructuras del Estado, la policía, el ejército, los jueces.

El ascenso y apoyo del chavismo, le permite al orteguismo desarrollarse como una nueva dictadura familiar, repitiendo la historia del somocismo.

Vaciado el sandinismo histórico, eliminadas las oposiciones de izquierda y derecha, la familia Ortega y su dominio privilegiado del Estado le permitiera construir una nueva dinastía familiar, vinculada a las empresas de comunicación y al manejo del petróleo.

El gobierno de Daniel Ortega fue un gobierno aplaudido por el FMI, por la iglesia católica, las iglesias pentecostales, el ejército estadounidense, los grupos  mineros  y los empresarios centroamericanos. Hasta que empezó la crisis política de abril de 2018.

Desde abril de 2018, se inició un nuevo proceso de rebelión popular, que sigue el patrón de un siglo de rebeliones. Un levantamiento de los jóvenes y los empobrecidos contra una dinastía familiar, que garantiza los negocios de los grandes capitalistas, que se apoya en la policía y el ejército para gobernar, que manipula y miente.

Desde entonces no se han detenido las movilizaciones populares y los tranques contra el gobierno de Daniel Ortega, el cual como toda dictadura la respondido con un baño de sangre que ya supera los 450 muertos, miles de heridos, centenas de desaparecidos. Ha iniciado una nueva oleada de refugiados políticos hacia Costa Rica. La dictadura ha sido particularmente cruel en el uso de violencia policial y paramilitar para enfrentar las movilizaciones y los cortes de ruta.

Los empresarios y la iglesia católica que durante muchos años toleraron al tirano, no tuvieron más que empezar a oponerse. Lo mismo el gobierno estadounidense y sus organismos internacionales.

A diferencia de lo que dice el castrismo y el Foro de Sao Paolo, no hay ninguna conspiración en curso en Nicaragua, sino un autentica rebelión popular.

Y como en otras revoluciones que ha vivido Nicaragua hay fuerzas que atentan contra su triunfo. En primer término el gobierno cubano, los partidos comunistas y el PT de Brasil, que apoyan la masacre del pueblo nicaragüense, en defensa del gobierno “progresista” de Ortega.

Luego los empresarios, el gobierno de Estados Unidos y los organismos internacionales, que protegieron a Daniel Ortega durante mucho tiempo y ahora que ha perdido el control, lo critica para poder recomponer la situación. Las palabras vociferantes contra el régimen no esconden que la política del Departamento de Estado y de la OEA es: diálogo con la dictadura y elecciones anticipadas.

El pueblo nicaragüense para vencer a la dictadura necesita, la solidaridad internacional como la necesitó en el pasado, necesita también organizar su autodefensa para enfrentar a la dictadura y luchar de manera independiente de los organismos del imperialismo y los empresarios que solo buscan reconducir la lucha hacia un pacto con la tiranía. Para triunfar es necesaria la más amplia solidaridad de las organizaciones sociales, especialmente de la clase trabajadora. Es necesario que los sindicatos y demás organizaciones den su apoyo político y material a la lucha del pueblo nicaragüense por su liberación de la dictadura y por la construcción de un nuevo Estado bajo el dominio y control de los trabajadores y sus organizaciones, con nacionalización de las principales empresas, planificación de la economía y el control estatal del comercio exterior, para que la riqueza producida sea destinada a las necesidades del pueblo, y para que esta vez la lucha lleve a la victoria definitiva del pueblo nicaragüense.

Notas:

[1] Una especie de “frente único antimperialista” impulsado por los primeros zigs zags de Internacional Comunista.