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Solo la clase obrera puede transformar el mundo

Tras décadas de obedencia al orden patronal de parte de las principales organizaciones obreras, el 1° de Mayo se ha transformado en un feriado más, carente de cualquier significación. Lejos de eso, creemos que hay que recuperar el caracter originario de esta fecha: la demostración de la determinación de la clase trabajadora de pelear por su dignidad.

Hacia 1886, los Estados Unidos crecían sin parar, incorporando inmigrantes de a millones a su pujante industria, que los explotaba sin misericordia, imponiéndoles jornadas de hasta 16 horas. Eso llevó a que una de las centrales obreras llamara a la huelga general a partir del 1° de Mayo de 1886 para imponer la jornada de ocho horas. Pero cuando algunas patronales y el gobierno comenzaron a ceder, esa central sindical levantó la medida, dejando solos a los obreros de Chicago, los más explotados, que salieron a la lucha igual ese 1° de Mayo.
Esa pelea tomó dimensiones de drama histórico. Centenares de miles de obreros se movilizaron, al tiempo que la patronal y sus medios se volvían cada vez más reaccionarios. En una manifestación, la policía montó una provocación para desatar una represión que dejó muertos, heridos y torturados; y terminó con un grupo de activistas procesados en uno de los juicios más injustos de la historia, siendo condenados a muerte seis de ellos, y otros tres a reclusión perpetua.Pero la patronal entendió la fuerza del movimiento que había nacido; y terminó cediendo y sancionando la jornada de ocho horas al cabo de unos años.
Semejante triunfo hizo que el ejemplo heroico de los obreros de Chicago se expandiera por el mundo; en especial luego de que en 1889, la II Internacional pusiera al 1° de Mayo como fecha mundial de lucha por los derechos de nuestra clase, articulando la lucha obrera en todo el planeta.

La clase obrera en el siglo XXI

Explotación, traición, represión, lucha… Que todos los elementos de esta historia suenen actuales no es una casualidad. Todos esos elementos fueron siempre parte del capitalismo imperialista, y en su decadencia los acentúa; intentando acabar con los derechos conquistados por duras luchas; lográndolo a veces, por culpa de la direcciones traidoras del movimiento obrero
Estas derrotas -así como la restauración del capitalismo en la ex URSS- han llevado a muchos a pensar que la clase obrera había fracasado como actor social de la transformación de la sociedad. Pero quienes piensan así, pasan por alto el hecho de que el mundo en el que vivimos sigue teniendo como eje a la producción industrial, la cual tiene de un lado al trabajo humano que la hace andar, y del otro al patrón, que se adueña de sus frutos con la excusa de ser el “propietario” de los medios con los que se produce, y que al mismo tiempo debe entregar parte de lo apropiado para que el obrero subsista. Y ese pulso entre el patrón que busca apropiarse lo más que se pueda de lo producido por el trabajador, y el trabajador que busca retener una porción cada vez mayor de los frutos de ese trabajo, es el eje de todos los conflictos de la sociedad; de todas las opresiones y las luchas por acabar con ellas. En resumen, lo que hace que solo la clase obrera sea capaz de acabar con el capitalismo es el hecho de que es ella quien lo hace andar.

El socialismo es nuestro rumbo

Casi dos siglos de lucha obrera han demostrado que esta afirmación teórica tiene sustento en la realidad. Los trabajadores han logrado doblarle el brazo al capital en varias ocasiones, han resistido y vencido las más cruentas dictaduras y lo más sanguinarios genocidios.
Y hace cien años, la clase obrera rusa demostró ser capaz de gobernar un país, incluso un país gigantesco y sumido en el peor de los atrasos como era el imperio de los zares. En los pocos años en que la clase obrera tuvo el poder efectivo en la URSS, pudo erigir una nueva forma de gobierno con la mayor de las democracias, pudo acabar con opresiones milenarias, pudo crear de la nada un ejército que venció la invasión de catorce potencias, y pudo rehacer y desarrollar una economía sobre la que pesaban años de guerra y siglos de atraso.

Hace falta una nueva dirección

Con la potencialidad de sus organizaciones, con la brillante historia de luchas, cabe preguntarse por qué la clase obrera no ha podido aún librar a la humanidad del imperialismo. La respuesta no por sencilla deja de ser cierta. En la amplia mayoría de los casos, los dirigentes no estuvieron a la altura de las tareas que tenían por delante. Por el contrario, de las mismas luchas cotidianas de la clase obrera surgió una casta de funcionarios atornillados a sus cargos, que con el tiempo pasaron de defender los intereses obreros ante los patrones, a reflejar los intereses patronales en el movimiento obrero. Liberados del control de los trabajadores de a pie, estos funcionarios pasaron a defender sus cargos estableciendo un control tiránico sobre sus organizaciones, para evitar la movilización, y desarrollando una política de negociación permanente con la patronal. Así, fueron acaparando el control de la casi totalidad de las organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera.
Pero ni siquiera esta tiranía surgida de las propias entrañas de la clase pudo frenar la lucha obrera. Rebeliones grandes o pequeñas contra estos agentes de la patronal han sido constantes a lo largo de la historia, y esas rebeliones crean la posibilidad de que surja una nueva dirección, una dirección al servicio de la clase, de sus necesidades y su lucha; cuyo objetivo político sea el derrocamiento del orden patronal para construir una nueva sociedad, y no la preservación de la explotación.
Desde el PSTU y la LIT-CI estamos al servicio de esa tarea. Por eso estuvimos en la primera fila de la rebelión del 7-M contra la política de tregua de la CGT, e impulsando el paro activo en los piquetes del 6-A. Por eso nuestros compañeros del resto de sudamérica están en la primera fila de las luchas contra los gobiernos de ajuste. Y por eso invitamos a todos los que quieran combatir verdaderamente al capitalismo, a construir juntos una dirección política y sindical a la altura de las tareas de la clase trabajadora.