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Un proceso de “desgaste” latinoamericano

La derrota electoral del oficialismo el domingo pasado expresa una dura derrota del gobierno de Cristina y el agotamiento político económico del ciclo conocido como “década ganada”.

No obstante, este proceso de ruptura política de los trabajadores y sectores populares con los gobiernos no es un fenómeno meramente argentino, sino que recorre toda América Latina.

A principios de siglo, nuestro continente fue escenario de importantes procesos revolucionarios, de luchas obreras y populares que provocaron la caída por vía de la movilización de varios gobiernos: Ecuador, Bolivia y Argentina son algunos ejemplos. Estas verdaderas victorias populares derribaron los planes de ajuste que se venían implementando y dieron lugar al surgimiento de gobiernos “distintos” a los de la etapa anterior.

Ya sea como consecuencia directa de dichos procesos revolucionarios o con un carácter más preventivo que evite nuevos estallidos, en todo el continente empezaron a surgir gobiernos frentepopulistas, nacionalistas, progresistas, de “izquierda” que fueron incorporando y/o recibiendo el apoyo de dirigentes políticos, sindicales y sociales que gozaban de gran prestigio en la población. Este es el caso de Chavez en Venezuela, de Lula en Brasil, de Evo Morales en Bolivia, de Correa en Ecuador, de Tabaré Vazquez en Uruguay y, con sus particularidades, de Kirchner en Argentina.

Acorralados por la movilización popular y aprovechando la etapa de crecimiento económico, fundamentalmente basado en los altos precios de los commodities (soja, petróleo, etc), estos gobiernos lograron estabilizar la situación a través de diversas concesiones a las masas, pero siempre en el marco del sistema capitalista, dentro de sus instituciones, sus leyes y sus reglas.

Con el estallido de la crisis capitalista mundial, y fundamentalmente con la llegada de la crisis a la región, estos gobiernos fueron develando su verdadera cara ante los trabajadores y el pueblo, aplicando un brutal ajuste para rescatar las ganancias de las multinacionales y los bancos de sus respectivos países. Al calor de la resistencia a estos planes, los trabajadores y sectores populares fueron desarrollando un proceso de ruptura política con estos gobiernos en los que alguna vez depositaron su confianza.

Una vez más, estamos asistiendo al fracaso de las “medias tintas frentepopulistas”. Estos gobiernos que aparecieron como un último recurso de las patronales para desviar el proceso revolucionario, vuelven a demostrar que más allá de alguna que otra medida progresiva son incapaces de tomar medidas de fondo que corten las cadenas de la dependencia imperialista (No pago de la deuda externa, expropiación de las multinacionales, nacionalización de la banca y el comercio exterior), y por ello siempre terminan atacando a los trabajadores.

Por todo esto, y ante la ausencia de una dirección revolucionaria con influencia de masas que pudiera llevar a esos procesos a una victoria de fondo para los trabajadores, es que se viene expresando en el continente una tendencia al fortalecimiento relativo de variantes patronales más tradicionales que capitalizan electoralmente dicha ruptura, por lo menos en un principio. Esto es el ejemplo de Capriles en Venezuela, Aecio Neves en Brasil, y ahora Macri en Argentina.


El gobierno nace débil

El gobierno de Macri no asume en cualquier momento. Lo hace en medio de una brutal crisis económica mundial, que se profundiza en la región, con los principales socios comerciales del país atravesando una etapa recesiva o a la baja del crecimiento de sus economías (China y Brasil fundamentalmente). Tiene la tarea de profundizar el ajuste para que esa crisis económica que provocaron los bancos y las multinacionales la paguemos los trabajadores. A diferencia de lo que pasó con Kirchner en el 2003, que asumió con un bajo porcentaje de los votos, la situación no permite dar concesiones económicas al pueblo que permita ir ganando la influencia política. Por el contrario, tiene que atacar esas conquistas y eso va a acelerar la experiencia con el nuevo gobierno. A su vez, ya aparecen algunos síntomas de resistencia.

En este sentido y para la tarea que tiene, ya asume como un gobierno débil, el cual ganó por un margen bastante chico, al que como ya señalamos se lo votó principalmente para sacar al que estaba, sin depositar gran confianza en él la mayoría del electorado. Asume sin tener mayoría parlamentaria en ambas cámaras, con la mayoría de las gobernaciones en manos de la oposición, y con una bien ganada desconfianza por parte de los sectores del movimiento obrero.

A su vez, como suele pasar en las elecciones, para poder ganar la elección tuvo que contradecir su propio discurso de toda la vida y “prometer” que no iba a “sacar” las conquistas de los sectores populares. Lo contrario a lo que efectivamente tiene que hacer.