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COVID-19: LA «NUEVA NORMALIDAD» A FAVOR DE LOS PATRONES

El 6 de noviembre el Presidente anunció con bombos y platillos la salida del AMBA de la cuarentena. La realidad es, como tuvo que admitir el propio Fernández, que pocas cosas cambiarían, puesto que ya una gran parte de las actividades estaban abiertas. Incluso en las provincias o departamentos con una situación más problemática en cuanto a la pandemia, en las cuales aún rige el aislamiento social, la cuarentena ya se encuentra bastante flexibilizada.

En cuanto a la cantidad de contagios, la pandemia está lejos de haber finalizado. Con más de 35 mil muertes, nuestro país se encuentra en cuarto lugar en el mundo y segundo en América Latina en el ranking de fallecimientos por COVID-19, sobre millón de habitantes. Provincias como Neuquén están en una situación crítica, la ocupación de camas de terapia intensiva ronda el 92%. Además, por más que ya se insista con la vacunación, la realidad es que ninguna vacuna tiene su efectividad totalmente probada, y no podemos descartar un rebrote como el que está ocurriendo en Europa.

¿Cómo se llega a esta situación?

El 21 de marzo el Gobierno decretó la cuarentena estricta en todo el país. Durante semanas la cantidad de casos fue baja y en el mundo se ponía como ejemplo a nuestro país.

Sin embargo está situación no duró ¿Qué fue lo que salió mal? Para empezar, la cuarentena estricta nunca fue tal. Muchas actividades que tenían poco de esenciales siguieron funcionando casi normalmente. Las mineras, o fábricas de golosinas como Felfort o Mondelez, por dar algunos ejemplos, nunca dejaron de trabajar. Para empeorar la situación, poco se tardó en abrir el resto de la industria, argumentando la existencia de protocolos que, en el mejor de los casos, solamente reducían levemente el riesgo de contagio en el lugar de trabajo. En muchas fábricas estos protocolos ni siquiera se cumplían o eran prácticamente un chiste.

El aislamiento tenía el objetivo de preparar al sistema de salud para lo que se venía. Pero el sistema de salud colapsó. En los picos, la ocupación de camas fue prácticamente total. Pacientes con cirugías eran derivados de un lado para el otro. La falta de elementos de seguridad en hospitales, clínicas, salitas, provocó  que casi el 10% de los contagios fuera del personal de salud. Mientras tanto el Gobierno se resistió a declarar de interés público las clínicas, hospitales y laboratorios privados.

Por último, el índice de testeos estuvo entre los más bajos del mundo. La positividad (cantidad de testeos positivos sobre testeos realizados) superó el 60% en octubre, para bajar a un 38% ahora, cuando la OMS recomienda que este índice no supere el 10%.

Por un lado, la cuarentena estricta nunca fue tal desde el primer momento. Pero si eso no era poco, cuanto más se asomaba el “pico”, más aperturas autorizaba el Gobierno. Se cedió así a las exigencias de los empresarios. La falsa dicotomía “economía versus salud” o, como dijo el Presidente, “Prefiero tener 10 por ciento más de pobres y no 100 mil muertos”, terminó con más pobres, muchísimos muertos. Y la única economía que se salvó fue la de los ricos, permitiendo rebajas salariales, o pagando sueldos con plata de la ANSES.

El apuro por la nueva normalidad

Hoy el Gobierno quiere vender la idea de que la situación está controlada en la mayor parte del país. Que viene la vacuna. Además de lo ya mencionado acerca de que no está comprobada del todo la efectividad de ninguna de las vacunas y de la posibilidad de un rebrote, existe una clara presión por comenzar la llamada “nueva normalidad”.

El apuro es de los empresarios por acelerar la actividad económica. Por ejemplo, terminando con las licencias para padres y madres, reanudando las clases presenciales. O barriendo con los ya muy tibios protocolos para retomar la capacidad total de cada línea de producción.

Frente a esta situación, debemos organizarnos. En cada lugar de trabajo tenemos que estar atentos a los contagios, y exigir cuarentena total sin reducir salarios en caso de que estos se comprueben. O en cada barrio, exigiendo testeos y organizando el aislamiento de los enfermos.

Tenemos que formar comités que se encarguen del control sanitario, de organizar las ollas populares y de todas las tareas que se vean necesarias en esta situación. Hay que exigirle al Gobierno que realice testeos masivos ya, para saber a ciencia cierta hasta que punto “lo peor ya pasó”.

Por último, es necesario redoblar la pelea por un plan de emergencia de salud, dejando de pagar la Deuda Externa para destinar esos fondos a hospitales públicos. Apoyar a los médicos como los municipales de la Ciudad de Buenos Aires que salen a exigir aumento de salario. Y declarar de interés público todos los laboratorios y clínicas privadas.