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El día que los vimos correr

Estaban por iniciar los discursos. Era raro, antes de lo anunciado.

Ya habíamos volanteado todo. Por fuera de los volantes sindicales, el del PSTU era el único partidario. Mientras esperaban, todos lo iban leyendo. Algunos nos decían: ¡Hoy sale el paro! Otros, más desconfiados, se agarraban de la frase que decía: ¡Tienen que ponerle fecha! Creo que en esa cuadra desde el palco hasta Diagonal y Belgrano, el 70% de los trabajadores habían recibido nuestro material (repartimos 30.000).

A la izquierda, las columnas de Comercio Rosario y la UOM Córdoba, además de Camioneros de Salta. A la derecha, UDA, Químicos, Papeleros, algunos gremios menores, Fraternidad. Un grupo de Aceiteros se fue acercando a la valla.  Un poco más atrás, las columnas de la UOM. Y UPCN. Y recién después, a más de 50 metros de la valla, comenzaba la enorme columna de Camioneros.

Yo quería escuchar lo que decían, y ver la reacción de los compañeros. Por eso, me acerqué a 5 metros de la valla, después de terminar junto con un grupo de compañeras de entregar los volantes.

Era una movilización tremenda, que reflejaba la fuerza de la clase obrera, y el odio a Macri y las patronales. Había muchas ganas de pelear. ¿Será por eso que adelantaron? ¿La veían venir? Si la veían, se equivocaron fiero.

Comenzó el discurso de Acuña. Repetía lo que todos sabemos. Algunos cantaban “Volveremos”. No era un grupo organizado, sino gente por acá y por allá, seguramente kirchneristas, dentro de las columnas de los gremios. Cada tanto, era interrumpido: ¡Paro general! El dirigente miraba para todos lados, asombrado, tal vez buscando qué sector lo hostigaba. Pero no, era parte de la masa. Era una cosa extraña. Los compañeros cada vez cantaban más fuerte: ¡Paro general!  Entonces, Acuña hablaba de paro, y decía: ¡Si el gobierno no hace modificaciones, habrá paro! Y cuando hablaba de paro, los compañeros aplaudían. Pero al rato, volvían a cantar, como sabiendo que había que presionar. Acuña se fue, sin pena ni gloria.

Subió Schmidt, más vivo. Empezó agitando: ¡No hemos venido a denunciar, ni a hacer diagnósticos! ¡Vinimos a anunciar que habrá paro general! Ovación.

Pero a partir de ahí, comenzó a denunciar y a hacer diagnósticos, Otra vez: ¡Paro general! ¡Paro general! Entonces, Schmidt: ¡Claro que habrá paro!, los trabajadores empezaban a escuchar, por un rato. Y de nuevo. Cada vez más, desde todos los gremios. Ya eran 7, 8, 10.000 personas que cantábamos cada vez más fuerte, con los dientes cada vez más apretados.

Pasaron un grupo de 5 compañeras de la UOM, pedían permiso e iban para adelante. Luego, dos compañeros avanzaron. Desde todas las columnas, se desprendían trabajadores que se acercaban a las vallas, querían estar ahí cuando se anunciara el paro.

Comenzó a ocurrir algo que me llamó la atención.  Se fue haciendo un “click” en la cabeza de todos. Pedían paro, y los dirigentes decían paro, para seguir con las pavadas. La cosa empezó a hacerse clara: el tema no era el paro, sino la fecha.

Un grupito empezó a cantar: ¡Ponele fecha! Nadie lo siguió, los miraron raro. Pero al rato, a  los 5 minutos, desde allá lejos, a la derecha, comenzó un grupo que fue creciendo. En pocos minutos, miles gritaban: ¡Ponele fecha, la ….ó! Schimdt miraba sorprendido, no podía hablar.  Cada vez más gente se agolpaba contra las vallas. No con banderas, ni organizados. No eran columnas. Eran grupitos espontáneos. Vi pasar maestras de UDA. Un grupo de Camioneros fue para adelante, pero un grupo de 5 o 6, con pinta de trabajadores de base y no de aparato sindical. Algunas jubiladas se iban indignando: ¿para cuándo el paro? Smicht terminó, y nadie lo podía creer. ¡No dijo fecha! Bueno, ¿será Daer el que dará la noticia?

Cuando el último orador intentó comenzar a hablar el rugido era ensordecedor: ¡Paro general! ¡Ponele fecha! Y ahí, dijo lo que dijo: que habría paro… antes de fin de año. Se corrigió, pero era tarde. Cada vez más cantaban, con los dedos en V, con los puños apretados, a los gritos. Y comenzaron algunos: ¡Traidores! Alguno dijo fuerte: ¡Vos no sos peronista! Una mujer grande, con delantal: ¡Cagones!

Daer terminó, sin fecha. La multitud estaba furiosa: ¡Traidores! Pusieron la marcha peronista. Yo no sé más atrás, pero entre esos miles que ocupaban los primeros 30 metros desde el palco, no se cantaba, se puteaba. Terminó la marcha, la gente no se quería ir. Arriba, los dirigentes se saludaban, y se preparaban a bajar del palco. Tengo años de militancia política y sindical. Nunca ví algo así, en un acto de la CGT.

Terminó el acto, comenzó la fiesta

Las columnas comenzaron a desconcentrar, los camioneros dieron vuelta la bandera, la UOM arrancó. Pero eran más de diez mil que no se movían. De pronto, me dí cuenta de algo: no había una fuerte seguridad entre el palco y la gente. Había algunos matones con chalecos, pero muy pocos. Creo que nadie reparó en eso.

Como si alguien hubiera dado una señal, algunos miles de personas comenzaron a acercarse a las vallas. Pero soy testigo que no hubo señal. A mi lado, dos hermanos jóvenes, bien grandotes, indignados, levantaban las manos y hacían señales de “cagones”. Ponían los dedos en V, y empezaron a caminar. Los seguí.

Eran cientos de personas, que se acercaban a la valla. Y del otro lado, entre las vallas y el palco, casi nadie. Comenzamos a pasar las vallas. No fue como en otras oportunidades, cuando hay forcejeos, cuando del otro lado resiste la patota, o la policía. Levantábamos la pierna, y pasábamos. Corrimos un poquito una valla, y allá fuimos. Viejos y jóvenes, mujeres y hombres. Con ropa de calle o con pecheras de algunos gremios, los gremios más impensados. No iban con su organización, era una masa humana de miles de trabajadores de diferentes gremios y edades, unidos y entremezclados, avanzando hacia el palco. Gritando a los dirigentes, que miraban desorbitados. No se esperaban esto.

Pablo Moyano se escondió. Y los dirigentes fueron hacia atrás, para intentar desalojar el palco. Algunos (unos dos mil) quedaron entre el palco y la valla. Otros más, detrás de la valla, viendo qué pasaba. Y cientos comenzamos a correr hacia atrás del palco, bloqueamos la salida y dejamos a todos los dirigentes atrapados sobre la escalerilla, sin saber qué hacer. Éramos como 500, sin banderas ni nada; solo se veía una bandera de Papeleros, pero parecía que había quedado ahí casualmente.

Esas fueron las imágenes que se vieron por la tele. Mujeres y ancianos gritando a los capos de la CGT lo que se les venía a la boca. Cientos, miles de trabajadores. En su mayoría peronistas, algunos kirchneristas, otros no (se oponían en ese momento a alguno que quiso cantar ¡Volveremos!). La base misma de los gremios movilizados, que no aceptaron la entrega de los jerarcas, ni la obediencia mansa de sus propios dirigentes (UOM, Camioneros, estatales, etc.). Fue la clase obrera la que avergonzó a los burócratas.

La refriega de camioneros, del lado de adelante, fue una patota del gremio con el boxeador Patón Basile a la cabeza, intentando rescatar a Pablo Moyano para salvarlo de la vergüenza.  No lo lograron. Moyano hijo declaró: ¡No nos van a correr grupitos de la 60 ni del kirchnerismo! Tiene razón: lo corrimos mujeres y hombres, jóvenes, adultos y viejos, de la base misma de la clase obrera que se había movilizado, se sintió traicionada, y no lo aceptó. Pablo dijo también: “eso no hubiera ocurrido si el paro salía antes”. Claro, ¡qué descubrimiento! Lo que no explica Moyano es porqué él estaba ahí, como uno más, en lugar de estar abajo exigiendo fecha.

Fui corriendo a buscar a mis compañeros del PSTU, que ya se acercaban. Volvimos un nutrido grupo para sumarnos. ¡Cosa rara! Estaba ocurriendo un hecho histórico, y el único partido de  izquierda presente era el nuestro. A esa hora, toda la izquierda y su “columna clasista” estaba a cinco cuadras, autosatisfaciéndose en Plaza de Mayo, mientras el activismo obrero corría a los burócratas.

Durante más de 20 minutos, la gente misma impidió la salida de los “capos”, hasta que un grupo de matones logró rescatar a Schmidt, que se fue corriendo 150 metros, perseguido por 70, 80 activistas, que le tiraban las vallas al paso, le arrojaban botellas de agua llenas. Para una película.

Esos fueron los hechos, que dieron a la jornada un carácter histórico. Por primera vez, miles de obreros hicieron correr a los burócratas, desde el palco hasta la vergüenza más profunda, desde donde nunca más se vuelve.

Lo que pasó después

En ese transcurso, llegaron por la parte de atrás del palco los compañeros de la Interlíneas, de la 60, de la 540 de Lomas. Era una columna grande. 

Me sorprendió que atrás había una gran bandera naranja que decía “Berazategui”. ¿Un sector oficial del peronismo estaba detrás de la movida? Me acerqué a la bandera. No la sostenía nadie. Estaba colgada de los postes, seguramente quedó allí desde antes del acto. Posiblemente, los Daer y compañía vieron lo mismo y aprovecharon para echarle la culpa a Mussi (intendente de Berazategui) para no reconocer los hechos. Pero esta vez, Mussi no tenía nada que ver. Los burócratas le han echado la culpa a cualquiera, hasta a la izquierda que –excepto nuestro partido- estaba bien lejos, porque no pueden reconocer lo que pasó.  Si lo hacen, la renuncia inmediata es el único camino.

Con el palco vacío, la tentación fue grande. Los colectiveros, acompañados por unos cuantos de nosotros, nos dimos el gustazo de subir al palco, delante de todas las cámaras, ante los miles que aún permanecían en la parte del frente.

En ese momento, se me puso la piel de gallina. Entre esos miles, ondeaban dos, solo dos, pequeñas banderitas rojas, de mi partido, del PSTU. Y desde allá, a 50 metros, se iba acercando la otra bandera que permaneció todo el acto y decía: ¡Paro general ya!, firmada por el PSTU y la LIT, que se puso al lado de otra que decía “Canale” ¡Qué orgullo! Compartir con miles de peronistas o compañeros sin partido, una acción que quedará en la historia de la clase obrera, como el día en que, por primera vez, la base corrió a los burócratas en un acto de la CGT.

Lo que viene

Casi seguro, saldrá un paro. Será claro que es un paro que viene de abajo, y que hubo que castigarlos para que se dignaran convocarlo.

Vivimos una lección: hay que presionarlos para que lo hagan, pero sin diplomacia. Solo entienden el lenguaje de la fuerza obrera movilizada, que es lo que más los asusta. Y ahora, tenemos que seguirlos presionando para un plan de lucha.

Pero presionarlos significa esto, tomar las cosas en nuestras manos. Hacer lo que hicimos en el acto, lo que hoy están haciendo los obreros de GM o los petroleros, rechazando la traición de sus dirigentes. Y obligarlos a dar aunque sea unos pocos pasos, mientras vamos fogueando a esos miles y miles de activistas y luchadores como los que actuaron el 7, que seguramente no serán nunca “clasistas” ni de izquierda, aunque los clasistas tengamos una responsabilidad intransferible de dar un programa a la lucha antiburocrática y por la democracia obrera.

Pero también quedó claro para millones (los que estaban y los que los vieron por TV) que con estos dirigentes no vamos a ningún lado. Y que  esos luchadores que están foguéandose hoy, necesitan un proyecto claro: la construcción de una nueva dirección honesta, democrática y de lucha, para toda la clase obrera. Una dirección que abandone la conciliación y los acuerdos, y apunte a la confrontación con la patronal –multinacional o nacional- no solo para defendernos, sino para terminar con ellos, y lograr la independencia de nuestro país y el desarrollo de su potencialidad económica, al servicio y bajo un gobierno de la propia clase obrera.