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MENEM HA MUERTO, PERO NO SU LEGADO

Hace unas horas se conoció la noticia de que, tras una larga convalecencia; había muerto el líder peronista, prócer del ajuste y saqueo, y ejemplo insuperado de la corrupción política. Los grandes partidos representantes de los ricos y poderosos, los medios masivos de comunicación y todos aquellos que han sido y son parte beneficiaria del mal que el flamante finado le causó a nuestro país y a nuestra clase social; lloran la partida de su líder y maestro. Pero entre quienes hemos sido víctimas de sus políticas surge un dilema ¿festejamos su muerte, o nos lamentamos de que se vaya a la tumba en la impunidad? Nosotros no solo creemos que ese dilema es falso, y que hay lugar para las dos actitudes; sino que hay que redoblar los esfuerzos para derrotar su legado

Basta ver los cinco minutos de horror, gritos, llanto y explosiones ese 3 de noviembre de 1995 en Río Tercero; para resumir lo que fue el menemismo: la detonación de Fabricaciones Militares de Río Tercero, no solo encubrió el tráfico de armas que sirvió para apuntalar la política del imperialismo yanqui en Croacia; sino que demostró hasta que punto llegó el saqueo de los bienes del país y la entrega de su soberanía. Saqueo que no vaciló en masacrar a 13 personas, herir a centenares, y dejar un daño psicológico permanente a miles más. Pero Menem jamás pagó como debía por ninguna de esas muertes: sus “discípulos” le garantizaron 25 años de impunidad y de permanencia en el poder.

Un prócer del saqueo

La muerte de Menem parece haber cerrado todas las “grietas”: Alberto, Macri, Scioli, Cristina, Duhalde; todos expresaron sus condolencias ante la muerte del abyecto exmandatario, elogiando sus “virtudes”. Y no podría ser de otra manera: el riojano, que tras haber estado en una prisión muy suave en la dictadura, llegó al gobierno en 1989 prometiendo un “salariazo” y una “revolución productiva”; permitió que los capitales extranjeros coparan el país con una virulencia que no se había visto en la historia, metió un ajuste que destruyó la mayor parte de las industrias soberanas (así como la ciencia y la educación), y acabó con décadas de derechos obreros consagrados.  “Un peso=un dólar” que desde el cinismo o la estupidez algunos marginales defienden abiertamente, se logró sobre la base de que la Argentina perdiera lo que ni siquiera han perdido naciones que han sufrido guerras e invasiones.

Este saqueo terminó de la única manera que podía terminar: los capitales extranjeros se llevaron un país de regalo; las patronales más grandes, los ricos y poderosos se llenaron de guita más que nunca,  una ola de decadencia en todos los aspectos (incluso culturales) inundó el país… mientras el pueblo trabajador vio sus lugares de trabajo cerrados, ciudades y provincias enteras arrasadas, una miseria monstruosa, y un endeudamiento externo galopante; que reforzaba a cada paso el ajuste y el saqueo. Eso, acompañado de una represión brutal a quienes se atrevían a oponerse a este saqueo, una represión que no dudó en pactar la impunidad de los genocidas indultándolos mientras derramaba sangre de laburantes en las rutas y calles de Ushuaia a La Quiaca.

De ese modo, Menem reconfiguró el orden patronal en Argentina; construyendo un capitalismo casi de colonia sobre un movimiento obrero duramente golpeado, que había sufrido millones de despidos, con una dirigencia sindical obsecuente que no organizó ninguna resistencia. Un capitalismo, el único posible, que aún es defendido tanto por los ricos y poderosos, como por sus representantes que se turnan para gobernar.

Terminar de derrotar a Menem, acabando con el menemismo

Por estas razones, no hubo un hecho más heroico en las últimas décadas, que las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001: el Argentinazo. En esos días de lucha, el pueblo trabajador hundido en la miseria se vengó del menemismo y su sucesión; echando al economista icónico del menemismo Domingo Cavallo, y luego al presidente De la Rúa, al grito de “que se vayan todos”, y cantando “sin peronistas, sin radicales; vamos a vivir mejor”. Pero dos grandes ausencias impidieron que esas jornadas fueran el punto de partida para reconstruir la Argentina sobre nuevas bases: el movimiento obrero organizado, fuerza social principal del país desde hace un siglo y medio; y junto a este, un partido socialista revolucionario que guiara las luchas de las masas más allá de los objetivos inmediatos.

Sin estos dos elementos, la lucha que echó a De la Rúa y derrotó políticamente al menemismo más expreso; terminó por disiparse. Y recomposición económica mediante; el menemismo regresó con nuevas caretas: tanto Macri como el kirchnerismo continuaron con el ajuste y la entrega; y hoy las consecuencias de esa entrega se están transformando en un sufrimiento insoportable.

Por eso mismo, tanto a quienes festejan la muerte de este símbolo de todo lo nefasto que puede ser el capitalismo, como a quienes se lamentan de la impunidad que lo acompaña a su ataúd, o se enfurecen por los obituarios de medios y mandatarios; les decimos lo mismo: ambos sentimientos son válidos, pero lo importante, lo imprescindible; es organizarse para luchar hasta que no quede ni el menor resto del menemismo, uniendo, coordinando y rodeando de solidaridad las luchas, hasta poner en pie un movimiento capaz de ir más allá de lo que alcanzamos en diciembre de 2001, llevando al poder a los trabajadores y al pueblo para construir una Argentina socialista