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NI UNA LÁGRIMA PARA ISABEL II

Ayer falleció finalmente la longeva reina británica, que ocupó el trono de aquel imperio por casi siete décadas. La alcahuetería política y mediática mundial salió acongojada a despedirla, pero en gran parte del mundo el clima fue de festejo…. y es entendible.

Siglos de revoluciones contra sistemas de gobiernos basados en que cierta familia es superior al resto de la sociedad, y que sus miembros merecen llevar una vida de privilegios por el solo hecho de nacer. Era esperable en consecuencia que una monarca no generara mayores simpatías entre el grueso de la población mundial.

Sin embargo, Isabel II no era cualquier monarca. La recién asumida primera ministra británica  Liz Truss (que quiere ser una especie de remake de la Thatcher), la definió muy bien: Isabel II fue “la roca sobre la que se construyó la Gran Bretaña moderna”.

¿Qué fue (y es) la Gran Bretaña de Isabel II?

La Gran Bretaña moderna a la que alude Truss, fue la que le cedió su lugar de potencia imperialista principal a los EE.UU., ocupando con alegría el papel de acompañante permanente de su antigua colonia, en sus aventuras criminales alrededor del mundo.

La Gran Bretaña moderna sembró masacres desde Malasia hasta Malvinas, desde la ex Yugoslavia hasta Sudáfrica, puso a disposición del orden mundial moderno sus siglos de experiencia en parasitismo sanguinario, para endurecer el yugo colonial sobre dos tercios de la humanidad.

La Gran Bretaña moderna reprimió con dureza a las nacionalidades oprimidas dentro de las fronteras de su imperio, en el Caribe, en el norte de Irlanda, o en los barrios bajos de Londres.

La Gran Bretaña moderna cargó con ferocidad sobre cada conquista de dos siglos de luchas obreras, puesto que, entregada de cuerpo y alma a la usura internacional, no tenía otro interés que destruir a un movimiento obrero legendario, aunque eso implicase destruir enormes fuentes de riqueza.

Jefa de un estado criminal y de fuerzas armadas asesinas, Isabel II fue el símbolo de un imperio carroñero luchando por perpetuar su saqueo. Los explotados y oprimidos del mundo no le debemos ni una sola lágrima. Al contrario, debemos seguir luchando hasta enviar también a la tumba al orden imperialista que Isabel II encarnó y defendió.