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“No llores por mí, Brasil”

Hace pocos días, el Senado brasileño ha votado de modo definitivo el impeachment de Dilma Rousseff. Es decir, la ha destituido de su cargo de presidente para que asuma, ahora como presidente constitucional, Michel Temer.
Este hecho ha tenido gran repercusión no solo en el Brasil sino en todo el mundo, y los medios impresos y virtuales están llenos de análisis sobre su significado y las perspectivas. En ese marco, evidentemente el PT (desalojado del gobierno) denuncia y se lamenta por lo sucedido. Pero lo que llama la atención es que la mayoría de la izquierda no petista (que se ubicaba hasta hace poco como “oposición de izquierda” a sus gobiernos) repite e incluso amplifica esas lamentaciones.(…)

El “discurso” del PT 

Comencemos con la matriz de estas lamentaciones, es decir, el propio PT. Al iniciarse el proceso judicial y parlamentario que llevaría a la destitución de Dilma, el PT comenzó a denunciarlo como un “golpe derecha” (tesis que Dilma mantuvo hasta el final, en su último discurso como presidente en la sesión del Senado). (…)
¿Qué “materialidades” pretendía “esquivar” el PT? La primera es que, luego de años de servicio fiel a la burguesía, esta lo descartaba como herramienta para ejercer su dominio del Estado y del gobierno, en el marco de la crisis económica, social y política que vive el Brasil. Y lo hacía dentro de los mecanismos del propio régimen político constitucional burgués (que el propio PT había buscado fortalecer) y sin modificarlo en su esencia ni institucionalidad.
La segunda es que, por la frustración y la bronca de las promesas de “cambio” no cumplidas y los duros ataques a las masas que la crisis económica lo obligaba a realizar al servicio de la burguesía (a pesar de que Dilma había prometido en la campaña electoral por su reelección que “jamás lo haría”), las masas dejaban de considerar al PT como su partido y como propios a sus gobiernos. Rompían masivamente con el partido y el gobierno (y comenzaban a luchar contra él). (…)
Por otro lado, la “máscara del golpe” cayó frente a otras “materialidades” que muestran la verdad de lo ocurrido. Una de ellas (en las que una imagen vale más que mil palabras) es la foto de Dilma charlando amablemente con el senador Aécio Neves (una de las principales figuras de la “derecha golpista”) en un intervalo de la sesión del Senado que la destituyó. La segunda es el hecho de que el PT, en más de mil municipios, conformó alianzas con partidos “golpistas” para las próximas elecciones municipales. La tercera es que la destitución se dio sin quitarle a Dilma los derechos políticos por 8 años (como indica la Constitución). Es decir, conserva los privilegios de ex presidente (un alto salario de por vida, dos autos y ocho empleados pagados por el Estado) y podrá postularse a cargos políticos (ya anunció que se postulará como candidata a senadora por Rio Grande do Sul en 2018). Ciertamente, y de ambas partes, una forma muy especial de actuar en un “golpe”.

¿Y la izquierda no petista? 

La izquierda no petista compró y repite el discurso del PT. Incluso lo aumenta y le da un tono más dramático. En la página ya citada de Iván Valente se reproduce un artículo cuyo título habla por sí mismo: “El golpe de 2016 es el mayor retroceso de la democracia en el Brasil desde 1964” (fecha del golpe militar que derrocó a João Goulart y que instauró una sangrienta dictadura que duró hasta 1985).
Otras organizaciones atenúan un poco esta definición y hablan de “golpe institucional” o “palaciego” asentado en “una onda reaccionaria” de la realidad. Pero el análisis y las conclusiones políticas van en el mismo sentido: los trabajadores y las masas (y también la izquierda) han sufrido una dura derrota. Peor aún, se trataría de una derrota sin lucha ya que las masas habrían sido ganadas para las propuestas de la derecha o, como mínimo, están pasivas y desmoralizadas frente al golpe. (…)

Una cadena de falsos razonamientos

Los análisis y conclusiones de esta izquierda representan una cadena de razonamientos equivocados.
El primero de ellos es que el “golpe” queda caracterizado porque el voto de 61 senadores valió más que el de los 54 millones de brasileños que votaron por Dilma. Agrava este cuadro de golpe el hecho de que las acusaciones contra Dilma no habrían sido probadas. (…)
Por supuesto, para las masas, una democracia burguesa con ciertas libertades y el derecho de voto es mucho mejor que una dictadura. Por eso, cuando hay golpes reales defendemos ese régimen político y sus gobiernos frente a esos golpes. Pero esto no elimina la realidad de que toda democracia burguesa se basa en “golpes” y engaños permanentes a los deseos y a la voluntad de las masas.
Dilma, por ejemplo, fue electa en 2014 diciendo que nunca atacaría las conquistas y los derechos de los trabajadores. Pero apenas asumió, nombró como ministros en carteras muy importantes a varios representantes de la alta burguesía (como el economista Joaquim Levy, en Hacienda, y a la representante del agronegocio, Katia Abreu, en Agricultura) y comenzó a atacar las conquistas y derechos. ¿Hubo o no un “golpe” a la voluntad popular de los 54 millones que la habían apoyado? Dicho sea de paso, digamos que (camuflados detrás del discurso de Dilma) en 2014 también resultaron electos, en las listas con el PT, Michel Temer y toda una parte de los diputados y senadores “golpistas” (es decir, en esas elecciones, Dilma y el PT habrían comenzado a preparar el supuesto golpe de 2016).
El problema principal, sin embargo, es el equivocado método de análisis que utiliza esta izquierda para definir lo que llamamos la “correlación de fuerzas” entre las clases sociales. Es un análisis que solo considera los hechos superestructurales: se destituye un gobierno supuestamente más progresivo y con apoyo popular y lo reemplaza otro más reaccionario y de derecha.
[Pero] la realidad indica que desde las grandes movilizaciones de junio de 2013 el régimen de dominación de la burguesía brasileña muestra profundos elementos de crisis. Situación que ni las elecciones de 2014 ni el impeachment de Dilma han conseguido cerrar. Por el contrario, el gobierno de Temer (por sus propias contradicciones y su escasísimo apoyo de masas) es más débil y frágil que el de Dilma.(…)
Este hecho (la lucha de las masas) se ve acompañado por uno de los elementos más progresivos y positivos de la realidad: la ruptura de los trabajadores y las masas con el PT y su política de conciliación de clases con la burguesía y el imperialismo. Está cayendo el gran obstáculo que impedía el crecimiento y el desarrollo de una verdadera izquierda socialista revolucionaria.(…)

¿Y ahora? 

Estos dirigentes y organizaciones plantean que ahora el centro es luchar contra las medidas del gobierno y por el Fuera Temer. Estamos totalmente de acuerdo con esto y actuamos en consecuencia con ello, impulsando e interviniendo (sin ningún sectarismo) en toda lucha que vaya en esa dirección (como el acto conjunto de las centrales sindicales del pasado 16 de agosto o la lucha contra los despidos en la planta de la Mercedes Benz en el ABC).
En ese marco, queremos hacer varias consideraciones. La primera es que para nosotros se trata de luchar en serio para derrotar las medidas de Temer y al propio gobierno. Por ejemplo, a través de la construcción de una huelga general que permita llevar al triunfo esa lucha.(…)
Al mismo tiempo, la lucha contra el gobierno Temer y sus medidas debe ubicarse en perspectiva de una estrategia mucho más ofensiva: la toma del poder por los trabajadores y las masas. Es decir, no solo la derrota del gobierno Temer sino la del conjunto de este régimen corrupto y putrefacto al servicio del capitalismo, para instalar un nuevo régimen (sobre la base de instituciones completamente diferentes) e iniciar la construcción de un nuevo tipo de Estado, al servicio de los trabajadores y las masas. Es decir, la perspectiva estratégica de la revolución socialista. (…)
No somos “religiosos” ni voluntaristas: sabemos que la revolución socialista solo se puede dar por la combinación de una serie de factores objetivos y subjetivos. Sabemos también que las masas comienzan su lucha no por objetivos estratégicos sino por sus necesidades más sentidas. Lo que decimos es que las masas brasileñas no están derrotadas y que están haciendo una acelerada experiencia con la realidad del capitalismo y sus consecuencias. Confiamos plenamente tanto en sus fuerzas como en su capacidad de aprender de la realidad y avanzar en su conciencia y organización. (…)
En ese proceso, la destitución de Dilma será apenas un episodio y no la “tragedia” o gran derrota que esa izquierda nos pinta. Parafraseando a la ópera Evita, decimos: “No lloremos por ella, Brasil”.